La pregunta por el liderazgo en la iglesia no es meramente organizativa, sino profundamente teológica. La forma en que una comunidad decide, discierne y ejerce la autoridad revela su comprensión de Dios, de la Iglesia y de la misión.
En algunos contextos eclesiales, las decisiones centrales quedan concentradas en un grupo muy reducido de personas. Si bien este modelo puede surgir por razones prácticas o históricas, es necesario preguntarse si responde al testimonio bíblico y a la eclesiología del Nuevo Testamento.
Desde la Escritura, la autoridad en el pueblo de Dios nunca aparece desligada de la comunidad. En el Antiguo Testamento, Moisés es llamado y elegido por Dios, pero es exhortado a compartir la carga del liderazgo (Éxodo 18). La autoridad carismática es acompañada por una estructura que protege tanto al líder como al pueblo.
En el Nuevo Testamento, la Iglesia se presenta como cuerpo (1 Corintios 12), donde la diversidad de dones no es opcional, sino constitutiva. El liderazgo se ejerce en plural: ancianos, pastores y diáconos aparecen como una realidad comunitaria, no individual. Incluso los apóstoles, portadores de autoridad fundacional, deliberan juntos (Hechos 15), escuchan a la comunidad y buscan el discernimiento del Espíritu Santo en común.
Teológicamente, concentrar las decisiones en pocos implica un riesgo eclesiológico: debilitar la dimensión sinodal de la Iglesia. La sinodalidad —caminar juntos— no es una moda contemporánea, sino una expresión concreta de la acción del Espíritu en el cuerpo de Cristo. Allí donde no hay escucha mutua, el discernimiento se empobrece.
Además, Jesús redefine radicalmente la noción de autoridad. En contraste con los modelos de poder del mundo, enseña que quien gobierna debe servir (Marcos 10:42–45). La autoridad cristiana no se legitima por la concentración del control, sino por la entrega, la humildad y la capacidad de generar vida en los demás.
Un liderazgo reducido, cuando se vuelve cerrado y autorreferencial, corre el riesgo de confundirse con una forma de señorío espiritual, algo explícitamente cuestionado por el apóstol Pedro al exhortar a los líderes a pastorear “no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado” (1 Pedro 5:3).
Desde una perspectiva teológica, un liderazgo saludable es aquel que reconoce que la Iglesia no pertenece a sus líderes, sino a Cristo. Por eso, la toma de decisiones debe ser un acto de discernimiento comunitario, donde la autoridad se ejerce con responsabilidad, apertura y rendición de cuentas.
La pregunta final no es cuántos deciden, sino si las decisiones expresan una iglesia que escucha al Espíritu, honra la diversidad de dones y vive la autoridad como servicio. Allí donde el liderazgo se comprende de este modo, la comunidad no solo se organiza mejor, sino que crece en fidelidad al Evangelio.
Riesgos y debilidades
-
Falta de rendición de cuentas
Cuando pocos deciden todo, se corre el riesgo de no tener corrección ni contraste.“En la multitud de consejeros hay seguridad” (Proverbios 11:14)
-
Favoritismos y parcialidad
Sin participación amplia, las decisiones pueden responder (aunque sin intención) a vínculos personales.“Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34)
-
Desgaste y autoritarismo
La línea entre liderazgo firme y control excesivo se vuelve muy fina.“No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado” (1 Pedro 5:3)
-
Desconexión con la comunidad
La iglesia deja de sentirse cuerpo y pasa a sentirse espectadora.“El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos” (1 Corintios 12:14)
🔹 Modelo bíblico más saludable
La Biblia muestra un liderazgo:
-
Plural (ancianos, consejo)
-
Con escucha activa
-
Con discernimiento comunitario
Ejemplos claros:
-
Hechos 15: los apóstoles y ancianos deliberan juntos
-
Éxodo 18: Jetro aconseja a Moisés delegar
-
Proverbios 15:22: “Los planes fracasan donde no hay consejo”
