En el libro, Andrew Murrau, el Apostol del amor duradero, Leona Choy relata el avivamiento en 1860 en Worcester, Ciudad del Cabo, enfatizando el obrar del Espíritu.
“En realidad no fue obra del hombre. Sin embargo, aunque ningún hombre individualmente hubiera provocado el avivamiento espiritual, Andrew Murray contribuyó en gran parte a la propagación de las bendiciones del avivamiento espiritual. El Señor mismo le había asegurado directamente que él se encontraba en medio de una obra genuina del Espíritu, y él mismo fue transformado interiormente de una manera profunda.
Empezó a ser evidente ese poder que había recibido, en su ministerio, que obviamente era diferente al intenso celo con que ya había servido tan fielmente al Señor. El Espíritu ahora le había enseñado que dejara que el Señor trabajará a través de él, en vez de él mismo generar su propia fuerza humana aún mientras realizaba las tareas de Dios”
Empiezo a creer con mayor convicción que si la obra no avanza es porque nosotros somos el obstáculo. Debemos entregarnos total y plenamente a la dependencia del Espíritu para cualquier acción. No debe ser nuestro deseo, objetivo, meta, proyecto, debemos levantar nuestra vista y ser sensibles a la guía del Espíritu para poder detectar su movimiento entre nosotros y ser llevados por Él hacia dónde Él desee. Cualquier intervención humana, dejará un minúsculo espacio para que el hombre, cuyo corazón es engañoso, se vanaglorie. Para que podamos detectar su movimiento debemos estar expectantes, cultivando nuestra comunión diaria con Dios a través de la Palabra y la oración, identificando el genuino obrar del Espíritu para abandonarnos solo a la idea de que la obra le pertenece a Él.
Fragmentos del libro: Andrew Murray, Apostol del amor duradero, por Leona Choy.
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