El
centro de la voluntad de Dios es el mejor lugar en el que quiero y deseo estar.
Es el lugar donde hay paz y Dios se encarga de ordenar el resto, incluso
nuestras emociones de enojo, amargura, ansiedad, estrés. Sin embargo, puede
haber momentos cuándo nuestras emociones se descontrolan y no sabemos por qué.
La
ansiedad o la depresión pueden aparecer como un síntoma de que algo no anda
bien.
Quizás
hay algo que debas dejar de hacer o algo de lo que te debas apartar o Dios te
está dando un aviso de aquello que tus sentidos no alcanzan a percibir, aquello
que tu conciencia te impide ver. La conciencia (nuestro yo y sus deseos) a veces
nos ciega ante determinadas circunstancias.
Quizás
este aviso sea sólo para comenzar a tener tiempos de quietud mucho mayores y
dejar el activismo que no da lugar a la reflexión acerca de cuál es la voluntad
de Dios para nuestra vida. Parece una contradicción, pero a veces el activismo
nos impide estar realmente en la voluntad de Dios.
Quizás debas consultar con un especialista para asegurar que tu cuerpo está en equilibrio. Nuestra mente y nuestras emociones puede provocar desequilibrios a nuestro cuerpo.
Si la
depresión o la ansiedad aparecieron como síntoma, es preciso tomar medidas al
respecto.
¿Qué hacer si aparecen síntomas
de depresión o ansiedad en nuestra vida?
1
Samuel 1.1 – 20
En
la sierra de Efraín había un hombre zufita de Ramatayin. Su nombre era Elcaná
hijo de Jeroán, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efraimita. Elcaná tenía dos esposas.
Una de ellas se llamaba Ana, y la otra, Penina. Ésta tenía hijos, pero Ana no
tenía ninguno.
Cada
año Elcaná salía de su pueblo para adorar al Señor *Todopoderoso y ofrecerle sacrificios en Siló, donde Ofni y Finés,
los dos hijos de Elí, oficiaban como sacerdotes del Señor. Cuando llegaba el día de
ofrecer su sacrificio, Elcaná solía darles a Penina y a todos sus hijos e hijas
la porción que les correspondía. Pero a Ana le daba una porción especial, pues
la amaba a pesar de que el Señor la había hecho estéril. Penina, su rival, solía
atormentarla para que se enojara, ya que el Señor la había hecho estéril.
Cada
año, cuando iban a la casa del Señor,
sucedía lo mismo: Penina la atormentaba, hasta que Ana se ponía a llorar y ni
comer quería. Entonces Elcaná, su esposo, le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por
qué no comes? ¿Por qué estás resentida? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez
hijos?»
Una vez, estando en Siló,
Ana se levantó después de la comida. Y a la vista del sacerdote Elí, que estaba
sentado en su silla junto a la puerta del santuario del Señor, con gran angustia
comenzó a orar al Señor y a llorar
desconsoladamente. Entonces hizo este voto: «Señor Todopoderoso, si te dignas
mirar la desdicha de esta sierva tuya y, si en vez de olvidarme, te acuerdas de
mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida, y nunca
se le cortará el cabello.»
Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca. 13 Sus labios se movían pero, debido a que Ana oraba en voz baja, no
se podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha, así que le dijo:
—¿Hasta
cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!
—No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy sólo una mujer
angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. No me tome usted por una
mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción.
—Vete en *paz —respondió Elí—. Que el Dios de Israel te conceda lo
que le has pedido.
—Gracias. Ojalá favorezca usted siempre a esta sierva suya.
Con esto, Ana se despidió
y se fue a comer. Desde ese momento, su semblante cambió. Al
día siguiente madrugaron y, después de adorar al Señor, volvieron a su casa en
Ramá. Luego Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió y, pasado un año, dio a luz un hijo y le puso por
nombre Samuel, pues dijo: «Al Señor se lo pedí.»
Ana
fue una mujer que se sentía que algo no andaba bien en su vida. Ella tenía el
amor de su marido, pero no era suficiente. Dios la había hecho estéril. Ana
podría haber aceptado la voluntad de Dios de hacerla estéril, incluso podría
haber aceptado el rechazo social que generaba ser estéril, pero su rival la
atormentaba hasta hacerla enojar. Esta opresión la llevó a Ana a la depresión –
“Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no
comes?”
En esta historia, se podría considera que la causa de la depresión o la angustia de Ana, fue el tormento de su rival. Generalmente, hay una causa que nos lleva a la depresión, detectarla puede ser un buen paso para comenzar a tomar medidas frente a ella.
En esta historia, se podría considera que la causa de la depresión o la angustia de Ana, fue el tormento de su rival. Generalmente, hay una causa que nos lleva a la depresión, detectarla puede ser un buen paso para comenzar a tomar medidas frente a ella.
Frente a este síntoma, Ana tomó medidas. Ana se dirigió hacia la puerta del santuario, hacia la presencia
de Dios, y con GRAN angustia comenzó a ORAR a Dios y a llorar.
“Una vez, estando en Siló,
Ana se levantó después de la comida. Y a la vista del sacerdote Elí, que estaba
sentado en su silla junto a la puerta del santuario del Señor, con gran angustia
comenzó a orar al Señor y a llorar
desconsoladamente.”
Muchas
veces podemos aceptar la voluntad de Dios para nuestra vida, pero nuestro rival
nos oprime de tal manera que nos puede hacer negar o rechazar la voluntad de
Dios para nuestra vida y generar una crisis en nuestras emociones.
Ana
oró a Dios, le pidió aquello que creía necesitar, un hijo varón para que la
angustia se fuera, pero la angustia sólo se fue cuando se desahogó delante del
Señor, no cuando tuvo a su hijo.
“Con esto, Ana se despidió y se fue a comer. Desde ese momento, su
semblante cambió. Al día siguiente madrugaron y, después de adorar al Señor, volvieron a su casa en
Ramá. Luego Elcaná se unió a su esposa Ana, y el Señor se acordó de ella. Ana concibió y, pasado un año, dio a luz un hijo y le puso por
nombre Samuel, pues dijo: «Al Señor se lo pedí.»”
¿Qué hacer si aparece este síntoma? ¿Cómo volver al estado de
plenitud?
Sólo Dios puede quitar la angustia de nuestro corazón. Así que, debemos
volver a nuestro tiempo de ayuno y oración para esperar pacientemente hasta que
Dios quite nuestra angustia a su tiempo.
“Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mi, y oyó mi
clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso
mis pies sobre peña y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cantico nuevo,
alabanza a nuestro Dios. Verán esto mucho y temerán, y confiarán en Jehová." Salmo 40:1-3
Advertencia: Sólo Dios quitará la angustia de nuestro corazón a su
tiempo y cuando cumpla su propósito. No debemos intentar por nuestras fuerzas
hacer que se vaya la angustia sino esperar el tiempo de Dios. El no tardará a
responder nuestro clamor.
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