“He aquí que él pasará delante de mí, y yo no le veré; pasará, y no le entenderé.” Job 9.11
¿Cuántas veces Dios ha hecho cosas maravillosas y sin número, pero yo no me he percatado de ello?
A veces las cosas parecen tan cotidianas y están tan naturalizadas que olvidamos que realmente son milagros de Dios. Despertar por las mañanas, abrir nuestros ojos, ver el sol y las estrellas, comer, dormir, poder escuchar, sentir, hablar, respirar, etc. Todas las cosas subsisten porque es Dios quien así lo desea. Es Dios quien mantiene todas las cosas en éste orden. Sin Él nada sería posible. El toque de su mano hará que lo imposible para mí se convierta en posible para Él cuando las circunstancias me hacen desvariar un poco.
A Job le estaba ocurriendo algo realmente desagradable. La muerte de sus hijos, la quiebra económica y la enfermedad sobre su piel no eran algo fácil de llevar. Él sabía que Dios estaba allí aun cuando por sus sentidos no pudiera verlo, aunque todo lo que le rodeaba parecía decirle que Dios no se preocupaba por él en lo más mínimo hasta el punto de hacerlo dudar de la propia existencia de un Dios vivo y verdadero. Sin embargo, la fe de Job demuestra un tinte de madurez. “Él pasará delante de mí, y yo no le veré; pasará y no le entenderé” Con esto está diciendo que aunque no comprenda la situación sabía que Dios estaba allí, delante de él y a su alrededor. Su presencia invisible le estaba rodeando con el amor inmensurable característico de nuestro Dios.
Quizás Job no se había percatado de su propia fe y, por el contrario, él creía que hasta su fe había flageado. Sin embargo, sus palabras manifiestan una fe en lo profundo de su ser. Quizás es propio de la naturaleza humana delegar todo lo incomprensible a Dios. No obstante, hay fe en las palabras de Job. Dios está ahí, aunque yo no pueda verle.
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